Cine Roxi





-Un pequeño itinerario de los cines triple sólo para adultos de la capital no está de sobra en estos días de descanso, pero es aconsejable seguir recomendaciones precisas antes de iniciar un sórdido descenso al submundo enclavado en las galerías del centro de Santiago.

Cine Roxy: Dueños de la nostalgia

En el cine Roxy, el recuerdo de la vieja matiné está pegado a los muros, y es que de la sala que fue antaño con programación familiar, algo queda: hileras de sebosas butacas de cuerina, bellos enchapados ornamentales en madera y pilares tipo griego que sostienen la elegante estructura situada en el subterráneo del Portal Edwards, entre cafés con piernas y ortopedias. En el lugar trabajan tres personas y los DVD se proyectan solos. Según el encargado, el jefe les tiene prohibido hablar. En todo caso, la sala habla o, mejor dicho, gime sola dentro de su completa oscuridad.

Hay un minuto de incertidumbre cuando se entra a la zona negra tras la cortina. La definición de los pasillos contrasta de a poco con la única luz: un tipo pene de 30 centímetros aproximadamente penetra analmente a una rubia, Shyla Styles, mientras ella murmura: Te gusta mi culo, nene; cógelo y fóllame (traducción española). Entonces, en una atmósfera de ensoñación deslavada, el jovencito arremete con un fuerte ¡Mother fucker! que finalmente deja a la rubia moribunda de placer. En la oscuridad de la sala se ven algunas cabezas calvas y canosas, el brillo de gruesos anteojos y miradas esquivas; hombres obesos, jubilados, heladeros, estudiantes y ninguna mujer más que la vendedora de entradas. Cuando el galán de la película acaba, algunos se van con él. Esto se adivina, ya que después de la desmedida eyaculación que gotea en el rostro de la chica se escuchan murmullos retozantes o pequeñas toses y remezones en el público. Luego el silencio continúa. En uno de los pilares hay un tipo de pie muy similar al Doctor Mortis de TVN, Carlos Pinto. Se masturba y muestra su pene soslayadamente desde uno de los palcos. Detrás de la insignificante luz de un cigarrillo junto a él, alguien lo observa y menea un brazo. Pinto eyacula sobre el pilar y una pequeña mancha de semen queda brillando entre la penumbra.

Infraestructura: Decente. Tiene el antiguo toque de las salas del año sesenta. Bastante cómoda.
Baños: Limpios. Excepto algún chico masturbándose frente a un urinario, no hay nada fuera de lo común.
Privacidad: Excelente. Incluso hay palcos alejados de las butacas centrales.
Filmes: Un poco antiguos. Estética ochentera deslavada y carente de trama intrincada.

(Las suites gay de los cines porno.





//Soy adicto a este cine. La programación que hacen no me importa mucho, casi ni miro las películas, pero me encuentro con tíos con los que me voy a lo granata. Ahí estamos todos como a estadio lleno, viendo todos lo que todos estamos haciendo.

-Era temprano, hora de almuerzo. Los ejecutivos tomaban un aromático café de grano colombiano arábico exportado de Estados Unidos en los elegantes cafés de Ahumada atendidos por señoritas decentes, buenasmozas, madres, esposas y muy profesionales. La fauna es extensa y diversa. Conviven en el Caribe o el Haití estos mismos peces gordos con Juniors que se sirven su completo en el Don Pepe o en el Ravenna, mientras que ellos pagaron 10 lucas por una ensalada en el Ruby Tuesday. En el centro la sociedad no tiene matices, no tantos al menos, o en volá no nos damos cuenta. Con la pichula en la mano somos todos iguales. Vulnerables, expuestos y diminutos. En el porno es igual. En los cines son lo mismo.

El Roxy está ubicado en una galería antigua, una construcción típica del centro. Varios pisos, hartas tiendas perdidas que en sus vitrinas venden artículos médicos, pilas recargables, casets de la nueva ola, relojes, rollos de cámaras y repuestos de celulares. El nombre de la galería es Portal Edwards y está ubicada en el Paseo Huérfanos #1055, aunque también se puede entrar por Compañía, al lado del Hites, frente al desaparecido City Hotel. Lo paradójico es que en el mismo subterráneo en donde está ubicado, está también la entrada al Museo Precolombino. El Roxy, eso sí, no siempre fue un antro de mariconeo y compulsiva masturbación. En su época de oro fue un cine familiar y uno de los más elegantes. Sus extensas filas de asientos solitarios rememoran épocas mejores, cuando se podían ver películas como James Bond o Star Wars.

Al bajar por las cortas escaleras y llegar a la entrada del cine el ambiente de este es casi familiar. Varios tipos con camisa y pantalones color crema conversan en la entrada. Una tele está prendida y transmite Los Venegas. Se nota que el tipo encargado de vender confites, dulces, galletas y minerales, no está muy interesado en las dobles penetraciones, ni en los cumshot y mucho menos en los gangbang, que el cine transmite de forma rotativa desde las 10 de la mañana hasta las 21 horas. Preguntamos por las entradas, somos dos, andamos de short y con mochilas al hombro. El culiao, que debe ser el dueño o el administrador, nos mira con cara de “Si son huecos deberían ir a culiar a su casa” y nos dice que por el costado izquierdo hay que comprar los ticket. Igual es muy raro que una mina, una mujer, nada de mala, tampoco muy rica venda las entradas. Eso sí, su pelo fucsia y su onda media punk, me parece más que apropiada. Se ve media perra tras el mostrador.

-Cuántas? me dice sin mirarme, mientras cambia el dial de una pequeña radio a pilas marca Crown.

-Dos, le contesto, y la misma mirada del encargado se repite.

Me da la impresión que nos mira como media decepcionada. Seguramente para ella es normal ver juniors, ejecutivos, banqueros, cajeros, jubilados, heladeros, lustrabotas, guardias y estudiantes pasar por su caseta, todos solos yo cacho. El Roxy no es precisamente un lugar para ir acompañado. Me pasa los tickets ($2.000 por las dos entradas, es miércoles, normalemente valen luca y media cada una) y me mira fijo mientras mastica un chicle. Miro a Leviatán y veo que su concentración está en sus zapatillas. La vergüenza lo mata. Entramos.

La sala es grande, profunda y oscura. Se ven unos 3 ó 4 hueones, todos viejos, parados en la entrada, apoyado en unos pilares que deben estar pasados a pico o raja. Fuman, se rascan los cocos y escupen. El cine es de ellos. Con Leviatán encendemos los celulares para cachar los asientos, alguien nos mira, no lo vemos pero lo sentimos. Nos sentamos en la tercera fila desde atrás hacia adelante. Si había pichí, semen, pendejos o escupo en los asientos, éramos porque ni nos fijamos. Las butacas son cómodas, de cine viejo, como las del desaparecido Lido. A nuestro lado no hay nadie por el momento.

La película que se proyecta es como el hoyo. Muy mala, repetitiva y demasiado sobreactuada. Uno tiende a pensar que si pagai luca por entrar a un cine porno, mínimo es ver algo chocante, rancio, extremo y casi ilegal. Pero no, una escena de sexo interracial, en donde una rubia se come la pichula de un negro hasta los cocos mientras una brunette se mete los dedos por el sapo no sorprende a nadie. Menos a nosotros, eminencias en el género. La película avanza y sigue más o menos la dinámica de una común porno. Nada extraño pasa en la pantalla del Roxy, no así en las butacas. No sé ve mucha gente, probablemente están. A lo lejos, en los primeros asientos se ve una luz que delata a un jubilado que intenta grabar la película con su celular. El resto lo disimula bien. Le digo a Leviatán: “Oe, voy a sacar la cámara, quiero grabar algo”. Gran error. Si alguien quier hacerla piola y grabar como espía en un cine hay que procurar tener una compacta, de otro modo pueden meterse en problemas. Lamentablemente, por no tener una camarita de esas chicas, la exagerada luz, rayos láser y el montón de pescás que traen casi nos delata. Grabamos puro sonido y en negro.

En el intertanto, mientras intento grabar sin que las luces culiás multicolores de mi cámara nos delaten, un culiao se sienta en la fila de atrás. Leviatán se percata y me avisa. Le ponemos atención y guardo la cámara. El hueón se mueve un poco, se acomoda, de reojo lo miramos y casi no se distingue. Sin duda es un hueón de más de 45. La película avanza y el compadre no se mueve mucho hasta que se escucha como desabrocha su cinturón. Conchetumare, el hueón se está corriendo flor de paja a nuestras espaldas. Jadea, se mueve, suspira. Lo está pasando bien el muy reconchesumare. Levi se urge, yo quiero virarme. 3 minutos, 5 minutos, no sé, con cuea fue una pose en la escena y se fue. Al baño supongo, a limpiarse. Nunca volvió. Mejor nos corremos más al rincón.

El cine sigue en una extraña calma, un culiao gordo camina por el pasillo y sale por el foyer o como se llame esa hueá con cortinas. Lo sigo con la mirada pero no me ve. Me fijo que en la entrada están los mismos hueones que estaban afuera, los dueños o administradores, no importa. La hueá es que nos miran. Uno escupe, otro fuma. Seguimos viendo la película. Llevamos unos 25 minutos dentro y la escena interracial cambió a una confusa toma en un gimnasio. Una mina vestida de lycra conversa con unos hueones musculosos, semidesnudos y con pelo estilo techno Nina Discoteque. Se la quieren puro afilar entre 4 ó 3, no sé. Sigo mirando a los hueones de la entrada. Levi me dice “estamos tentando al destino, culiao, guarda la cámara”. Pero quiero conseguir un video del cine, de la gente y de esos hueones que sospechan de todos sus clientes. Y no es para menos, todos y de verdad digo TODOS los que entran a ver porno son sospechosos. Y el encargado está en su derecho de ser un desconfiado culiao, porque sabe que una luca no vale la pena cuando se trata de limpiar semen en las butacas.

A la mina ya se lo están metiendo arriba de una trotadora y en la primera fila un hueón gime. Pasa un rato y camina por el pasillo. Nos damos cuenta que la sala está casi vacía. Por lo mismo intento grabar nuevamente. Leviatán intenta taparme para no alumbrarla tanto, pero es tarde. Sin hueveo, hermano, el loco del foyer, el que estaba afuera y nos dijo donde comprar la entrada, el que se para en la entrada cuidando su cine fumando y escupiendo porque por último la pescá es de él, se nos acerca, rápido, sin titubear y le paga un wate a la butaca de al lado. “Qué hueá estai haciendo pendejo culiao, erís periodista?”. Conchetumare, quedamos helados. Nos vuelve a echar la espantá. “Querís que te quite la hueá de cámara, conchetumare o que te pegue un par de patás en la raja? Váyanse par de maricones, vayan a culiarse al cerro”.

Nunca había visto a Leviatán tan chorizo, yo me quedé quieto, helado, cagao de miedo, mientras Leviatán se para y se puso brígido. “Que hueá viejo culiao, no me la vengai ná a trabajar de choro, conchetumare”. Nos paramos y nos vamos rápido, el viejo escupe, no sé si a nosotros o al piso. Al salir otro viejo nos dice “Maricones reculiaos, no los quiero ver en mi cine”, “Pa´lo que necesito venir a un cine piruja a pajiarme, enfermo culiao” y libramos. La mina que vende las entradas nunca se enteró de nada. Ni siquiera nos miró, nada. Miro para atrás y todo sigue normal. Para el administrador debe ser pan de cada día. Salimos a Compañía y nos metemos a la galería, revisamos la cámara a ver si grabó la espantá del viejo y nuestras reacciones. Nada, nunca apreté el botón. Pico, porque somos confiables y nos tendrán que creer nomás.

(Loserpower recorriendo Chile, hoy: el Roxi, cine porno para caballeros
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